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El blog de JULIO

Blog de Difusion de La Obra Profetica de Benjamin Solari Parravicini y Otros Profetas

Miseria Asolarà II Parte

Publicado en 20 Octubre 2011 por EL BLOG DE JULIO (La Biblia y B.S.Parravicini) in psicografias

II

DESAFÍOS DE TIPO ÉTICO

QUE SE HAN DE RESOLVER ENTRE TODOS

Dimensión ética del fenómeno

22. Si se quieren encontrar soluciones durables para el problema del hambre y la malnutrición en el mundo, es indispensable entender bien la naturaleza ética de lo que está en juego.

Si la causa del hambre es de orden moral, que supera todas las causas físicas, estructurales y culturales, los desafíos son de esa misma naturaleza, moral. Esto puede motivar al hombre de buena voluntad, que cree en los valores universales en las distintas culturas, y en particular al cristiano que experimenta la relación preferencial que el Señor todopoderoso quiere establecer con todo hombre, sea quien fuere.

Este desafío incluye una mejor comprensión de los fenómenos. Creer en la capacidad de los hombres de prestarse servicio mutuamente —lo que se puede hacer interpretando correctamente las fuerzas económicas— y hasta en el retroceso de las corrupciones de todo tipo. Pero, aún más, se sitúa en el ámbito de la libertad de cada hombre de cooperar, en su actividad diaria, en la promoción de todo hombre y de todos los hombres, es decir, en el desarrollo del bien común (34). Ese desarrollo implica la justicia social y el respeto a la destinación universal de los bienes de la tierra, la práctica de la solidaridad y de la subsidiariedad, la paz y el respeto por la creación. He aquí la dirección que se debe tomar para volver a dar esperanza y edificar un mundo más acogedor a las generaciones futuras.

Para que ese progreso sea posible, la búsqueda orgánica del bien común debe ser protegida, promovida y, si fuere el caso, reactivada como elemento necesario de las motivaciones fundamentales de los protagonistas políticos y económicos —en su reflexión y en su acción— en todos los niveles y en todos los países.

Las motivaciones personales e institucionales de los hombres son necesarias para el buen funcionamiento de la sociedad, partiendo de las familias. Pero cada cual por su cuenta, y todos juntos, los hombres deben aceptar esta conversión que consiste en no sacrificar la búsqueda del bien común en aras del interés estrictamente personal o de grupo, por legítimos que puedan ser.

Los principios que la Iglesia ha dado poco a poco en su enseñanza social constituyen, por tanto, una guía preciosa para la acción de los hombres contra el hambre. La prosecución del bien común es el punto de convergencia de:

– la búsqueda de la mayor eficiencia en la gestión de los bienes terrenos;

– una mayor aplicación de la justicia social, exigida por la destinación universal de los bienes;

– una aplicación competente y permanente de la subsidiariedad que evite la tentación de apropiarse del poder;

– el ejercicio de la solidaridad a todos los niveles que impida a los más favorecidos acaparar los medios económicos, que ayudará a que ningún hombre quede excluído del cuerpo social y económico, ni privado de su dignidad fundamental.

La enseñanza social de la Iglesia, por consiguiente, debe impregnar la filosofía de la acción de los dirigentes, ya sea que lo hagan conscientemente o no.

Se corre el peligro de acoger estas afirmaciones con escepticismo e incluso con cinismo. La actividad de los responsables en general se lleva a cabo en un ambiente duro, a veces cruel y angustioso que los puede inducir a buscar el poder para mantenerlo. Esas personas pueden inclinarse a estimar las consideraciones éticas como trabas. Sin embargo, la experiencia diaria, en lugares muy distintos, indica que la realidad es diferente; sólo un desarrollo equilibrado encaminado hacia el bien común, será auténtico y contribuirá, incluso a largo plazo, a la estabilidad social. Ya en todos los niveles y en todos los países, algunas personas trabajan juntas y discretamente teniendo en cuenta los intereses legítimos de sus semejantes.

Los cristianos están llamados a la tarea inmensa de promover, en todas partes, esos comportamientos obrando como levadura en una dura masa; es difícil pero posible, gracias a la vivencia del amor del Señor por todos los hombres que ellos mismos experimentan en lo más profundo de su ser.

Esa titánica tarea consiste en proporcionar un ejemplo en todos los niveles: técnico, empresarial, moral y espiritual. Se trata de ayudarse mutuamente en todos los grados de responsabilidad sin excepción.

El amor al prójimo para culminar en el desarrollo

23. La búsqueda del bien común no puede fundarse sino en la atención y el amor a los demás hombres. En las situaciones más diversas, ellos se encuentran diariamente ante una alternativa: la destrucción personal y colectiva, o el amor al prójimo. Este último implica la conciencia de una responsabilidad que no retrocede ante los propios límites, ni ante la magnitud de las tareas por cumplir. « ¿Cómo juzgará la historia a una generación que cuenta con todos los medios necesarios para alimentar a la población del planeta y que rechaza el hacerlo por una obcecación fratricida?... ¡Qué desierto sería un mundo en el que la miseria no encontrara la respuesta de un amor que da la vida! » (35).

El amor va más allá de una donación propiamente dicha. El desarrollo se cultiva a través de la acción de los más valientes, de los más competentes y de los más honestos; éstos se sienten, al mismo tiempo, solidarios con todos los hombres que se ven afectados, de cerca o de lejos, por lo que esos responsables hacen o deberían hacer. Esta responsabilidad universal concreta es una manifestación esencial del altruismo.

La solidaridad es, pues, una exigencia para todos. Afortunadamente no es necesario esperar que gran parte de loshombres se conviertan al amor al prójimo, para recoger los frutos de la acción de aquellos que ya están obrando en su propio medio. Es preciso acoger, como sólida razón para esperar, los resultados de la acción de las personas que, en todos los niveles, ejercen su actividad corriente como servidores de todo el hombre y de todos los hombres.

La justicia social y la destinación universal de los bienes

24. El principio de la destinación universal de los bienes de la tierra se halla en el corazón mismo de la justicia social. El Papa Juan Pablo II lo expresa así: « Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno » (36). Esta afirmación constante en la tradición cristiana, no se repite nunca lo suficiente, aunque interese obviamente a toda la humanidad, más allá de la pertenencia confesional. El axioma constituye en sí mismo un fundamento necesario para la edificación de una sociedad de justicia, de paz y de solidaridad. En efecto, generación tras generación, debemos considerarnos como administradores transitorios de los recursos de la tierra y del sistema de producción. De cara a las finalidades de la creación, el derecho de propiedad no es un absoluto, es una de las expresiones de la dignidad individual; y no es justo si no está ordenado al bien común, y si no contribuye a la promoción de todos. Se ejerce y se reconoce, desde luego, de varias maneras, según las distintas culturas.

La gravosa desviación del bien común: las « estructuras de pecado »

25. El desconocimiento del bien común corre parejo con la persecución exclusiva, y a veces exacerbada, de bienes particulares como el dinero, el poder y la fama, considerados como absolutos y buscados por sí mismos, es decir, como ídolos. Así es como nacen las « estructuras de pecado » (37): conjunto de lugares y circunstancias caracterizados por costumbres perversas que hacen que todo recién llegado, para no adquirirlas, se vea obligado a dar prueba de heroísmo.

Las « estructuras de pecado » son numerosas y están más o menos extendidas, incluso en el ámbito mundial; por ejemplo, los mecanismos y los comportamientos que producen el hambre. Otras ocupan campos mucho más reducidos, pero provocan desigualdades que hacen más difícil la práctica del bien a las personas interesadas. Esas « estructuras » implican siempre enormes costos desde un punto de vista humano, ya que son ocasiones de destrucción del bien común.

Es menos corriente que se reconozca cuán degradantes son, y costosas, en el ámbito económico. Existen ejemplos impresionantes (38). Los frenos para el desarrollo no son solamente la ignorancia y la incompetencia; lo son también, y en gran medida, las numerosas « estructuras de pecado »; éstas realizan como una desviación contagiosa —hacia fines particulares y esterilizantes— de la finalidad propia de los bienes de la tierra, que, en verdad, están destinados a todos.

Desde luego, el hombre no puede someter la tierra y dominarla eficazmente, si adora los falsos dioses representados por el dinero, el poder y la fama, y los considera como bienes en sí y no como medios para servir a cada hombre y a todos los hombres. La codicia, el orgullo y la vanidad ciegan al que cae en ellos, que termina por no ver cuán limitadas son sus percepciones y autodestructoras sus acciones.

El destino universal de los bienes supone que el dinero, el poder y la fama se busquen como instrumentos:

a) para construir medios de producción de bienes y servicios que tengan una verdadera utilidad social y puedan promover el bien común;

b) para compartirlos con los menos favorecidos, que encarnan ante los ojos de todos los hombres de buena voluntad la necesidad de bien común; los pobres son, en efecto, el testigo vivo de la carencia de ese bien; más aún, para los cristianos, son los hijos predilectos de Dios que, a través de ellos y en ellos llega a visitarnos.

Dar un carácter absoluto a esas riquezas es hacerles perder toda su vinculación al bien común. Si el funcionamiento del sistema económico mundial es globalmente mediocre, en comparación con los resultados de vanguardia que logran ciertos países a plazo bastante largo, y con grande costo desde un punto de vista humano, se debe a que está profundamente afectado por el peso de las malas costumbres, verdadero yugo moral que oprime a los pueblos.

Por el contrario, cuando grupos de personas logran trabajar juntos y prestar servicio a toda la colectividad y a cada persona, se producen resultados notables; personas hasta el momento aparentemente poco útiles, comienzan a brillar por la calidad de sus servicios y un efecto positivo modifica progresivamente las condiciones materiales, psicológicas y morales de la vida. Se trata, en realidad, del « anverso » de las « estructuras de pecado »: se podría denominar « estructuras del bien común » que preparan la « civilización del amor » (39). La experiencia realizada en esas situaciones nos da una pequeña idea de lo que podría ser un mundo donde los hombres —en todas sus actividades y en el ejercicio de todas sus responsabilidades— se preocuparan con mayor frecuencia por sus intereses comunes y por la suerte de cada uno.

A la escucha preferencial de los pobres
y a su servicio: la coparticipación

26. El pobre de recursos económicos, víctima de la falta de preocupación por el bien común, tiene algo muy especial qué decir, pues posee una visión y una experiencia peculiares de la realidad de la vida práctica que los más favorecidos no tienen. Como dice el Papa Juan Pablo II en la Carta Encíclica Centesimus Annus, « Será necesario abandonar una mentalidad que considera a los pobres —personas y pueblos— como un fardo o como molestos e importunos, ávidos de consumir lo que otros han producido... La promoción de los pobres es una gran ocasión para el crecimiento moral, cultural e incluso económico de la humanidad entera » (40).

Los puntos de vista del pobre, que no son ni más exactos ni más completos que los de los dirigentes, son esenciales para éstos últimos si quieren que su acción a largo plazo no se convierta en autodestrucción. La realización de políticas económicas y sociales difíciles y dispendiosas, sin tener en cuenta la percepción de la realidad que tiene el más « pequeño », puede llevar, después de un cierto tiempo, a callejones sin salida muy onerosos para todos. Es lo que ha sucedido con la deuda del Tercer Mundo. Si los acreedores y los deudores hubieran tenido en cuenta los pareceres personales de los más pobres —como uno de los elementos esenciales de la realidad— una mayor sensatez hubiera producido más prudencia y, en muchos países, la aventura no hubiera tomado mal sesgo e incluso hubiera salido bien.

En la complejidad de los problemas que se han de resolver, o mejor dicho, de las situaciones de vida que se han de mejorar, esta escucha preferencial de los pobres ayuda a no caer en la esclavitud de la immediatez en los excesos de la tecnocracia y la burocracia, en la ideología, en la idolatría de la función del Estado o del papel del mercado; uno y otro tienen su utilidad esencial, como medios, no como absolutos.

Los cuerpos intermediarios tienen, entre otras cosas, la función de hacer escuchar la voz de los pobres y de captar sus percepciones, así como sus necesidades y deseos. Pero con frecuencia dichos organismos se encuentran particularmente inermes ante esa tarea. Tienen la tentación de ocupar una posición de monopolio que los lleva a cultivar su propio poder, o posiciones de competencia en las que otros tratan de utilizar al pobre como medio para tener acceso al poder. La acción de los sindicatos es por consiguiente, particularmente necesaria, y raya en heroísmo si se comprometen a desempeñar esa función tan esencial sin dejarse destruir o absorber (41).

En esas condiciones, la coparticipación llega a ser una verdadera colaboración en la que cada cual contribuye aportando lo que necesita la comunidad humana, tanto más esencial, siendo él mismo un excluido (42). Esa paradoja no debe asombrar al cristiano.

El deber de dar a todos el mismo derecho de acceso al mínimo indispensable para vivir ya no está motivado únicamente como obligación moral de compartir con el pobre, lo que ya es considerable, sino como reintegración en la comunidad misma que, sin él, tiende a desecarse y está expuesta a perderse. El lugar del pobre no está en la periferia, en una marginalidad de la que, mal que bien, se trataría de hacerlo salir; deberá ocupar el centro de nuestra preocupación y el centro de la familia humana. Allí podrá desempeñar el papel único que le corresponde en la comunidad.

Desde esa perspectiva, la justicia social, que es también una justicia conmutativa, adquiere todo su significado. Al ser la base de todas las acciones para la defensa de los derechos, garantiza la cohesión social, la coexistencia pacífica de las naciones y también su desarrollo común.

Una sociedad integrada

27. La idea de una justicia arraigada en la solidaridad humana y que por ende exige que el más fuerte ayude al más débil, debe abrir camino hacia todo lugar donde se escucha la voz del pobre, para emprender la obra en la cual justicia, paz y caridad aúnen sus esfuerzos.

Las sociedades no se pueden construir legítimamente sobre la base de la exclusión de algunos de sus miembros. Esta afirmación, para ser coherente, supone desde luego el derecho que tienen también los pobres de organizarse con objeto de lograr la ayuda de todos para librarse de la miseria.

La paz, un equilibrio de los derechos

28. Una paz duradera no es el resultado de un equilibrio de fuerzas, sino de un equilibrio de derechos. La paz no es tanto el fruto de la victoria del fuerte sobre el débil sino —en cada pueblo y entre los pueblos— el fruto de la victoria de la justicia sobre los privilegios injustos, de la libertad sobre la tiranía, de la verdad sobre la mentira (43), del desarrollo sobre el hambre, la miseria o la humillación. Para llegar a una paz verdadera, a una seguridad internacional efectiva, no es suficiente impedir la guerra y los conflictos; es necesario también promover el desarrollo, crear condiciones que garanticen plenamente los derechos fundamentales del hombre (44). En ese contexto, democracia y desarme se transforman en dos condiciones de esa paz que es indispensable para un verdadero desarrollo.

El desarme, una urgencia que se ha de afrontar

29. Los conflictos regionales han tenido un costo de alrededor de diecisiete millones de muertos en menos de medio siglo. « Durante los años 80, el total mundial de gastos militares llegó a un nivel sin precedentes en tiempos de paz; calculados en un billón de dólares [al año], representaban alrededor del cinco por ciento del total de los ingresos mundiales » (45). Por no hablar de lo importante y urgente que es —para todos los responsables políticos y económicos— trabajar con el objeto de que esas sumas gigantescas previstas para la muerte, tanto en el hemisferio norte como en el hemisferio sur, sirvan en adelante para la vida. Esa actitud correría pareja con las razones morales que abogan por un desarme progresivo; se daría así la oportunidad de que estuvieran disponibles, en beneficio de los países en desarrollo, importantes recursos económicos indispensables para su progreso auténtico (46).

Una « estructura de pecado » particularmente diabólica es la exportación de armas superior a las necesidades legítimas de autodefensa de los países compradores —o destinadas a traficantes internacionales— que presenta hoy en catálogo las armas más sofisticadas a los que tienen los medios para comprarlas. En este tipo de terreno prospera la corrupción, pero el mal es todavía más profundo. Dignos de encomio son los gobiernos que, al llegar al poder después de regímenes que habían comprometido sus países en compras de armas del todo superiores a sus necesidades, han tenido el valor de denunciar esos contratos, corriendo incluso el peligro de perder la buena voluntad de los países exportadores.

Respeto por el medio ambiente

30. La naturaleza nos está dando a todos una lección de solidaridad que corremos el peligro del olvidar. En el acto mismo de la producción alimentaria, todos los hombres se revelan como elementos activos o pasivos de un ecosistema. Se presenta a la conciencia un nuevo campo de responsabilidad.

No se puede pretender, al mismo tiempo, alimentar más bocas y debilitar la agricultura. Además, la agricultura se revela tanto más contaminante (utilización masiva de abonos, de plaguicidas y de máquinas) en cuanto llega a la fase industrial, ya que en ese nivel no se ha llegado todavía a la capacidad de trabajar de manera limpia. Junto con otros elementos necesarios a la vida, el aire, el agua, los suelos y los bosques se ven en peligro debido a la contaminación, al consumo excesivo, a la desertificación provocada y a la deforestación. En cincuenta años, la mitad de los bosques tropicales ha sido arrasada, a menudo con miras a buscar tierras o favorecer políticas de explotación a corto plazo, con objeto de equilibrar la carga de la deuda. En las regiones más pobres, la desertificación es provocada por prácticas de supervivencia que aumentan la pobreza, como el pastoreo excesivo y la tala de árboles y arbustos para leña de cocina y de calefacción (47).

Ecología y desarrollo equilibrado

31. Es urgente una gestión ecológicamente sana del planeta. Desde el punto de vista de la producción agroalimentaria, que ya es considerable, se señalan dos elementos. En primer lugar, esa gestión tendrá un costo que se deberá incorporar a la actividad económica (48); habría que preguntarse si los pobres son siempre los que tienen que cargar con ese peso, en detrimento de su alimentación. En segundo lugar, la preocupación por comprender mejor los vínculos entre ecología y economía favorece la idea actual de un desarrollo sostenible. Pero ese objetivo no debe ocultar la necesidad de promover con mayor fuerza un desarrollo equilibrado. En fin de cuentas, el desarrollo no puede ser sostenible si no es equilibrado. De lo contrario, a las actuales distorsiones se agregarían probablemente otras nuevas.

Responder todos al desafío

32. El hambre y la malnutrición requieren acciones específicas que no se pueden disociar del esfuerzo por el desarrollo integral de las personas y de los pueblos. Dada la amplitud del fenómeno, la Iglesia católica debe contribuir siempre más a mejorar esta situación y lanza a todos un llamamiento a la participación, a la concertación y a la perseverancia.

Felizmente, tanto los individuos como las Organizaciones no gubernamentales, los poderes públicos y las Organizaciones internacionales han desplegado ya muchos esfuerzos para derrotar el hambre. Es suficiente recordar la Campaña mundial contra el hambre y otras iniciativas en las que los cristianos participan con gusto.

Reconocer la contribución de los pobres a la democracia

33. El dinamismo de los pobres no es bien conocido. Para invertir esta tendencia, habrá que cambiar muchas actitudes y prácticas económicas, sociales, culturales y políticas. Si se excluye a los más pobres de la elaboración de los proyectos que les conciernen, la historia misma enseña que ellos no recibirán realmente un beneficio esencial. La solidaridad de la comunidad humana está aún por construir; no se aprenderá a compartir el pan de cada día mientras no se logre reorientar las conciencias y la acción de toda la sociedad. Cuando se da responsabilidad y se escucha la opinión de los pobres, dando espacio a una verdadera democracia, se logran ciertamente frutos positivos (49).

Está generalmente reconocido que la democracia es un elemento esencial para el desarrollo humano porque permite una participación responsable en la gestión de la sociedad; además, entre los dos hay una correlación y la fragilidad de uno puede comprometer al otro. Si el principio de igualdad cede ante las relaciones de fuerza, el lugar de los pobres en la sociedad podrá verse reducido al mínimo. Una democracia se juzga por la articulación que sabe encontrar entre libertad y solidaridad, tomando así radicalmente distancia del liberalismo absoluto u otras doctrinas que niegan el sentido de la libertad, o que constituyen un obstáculo para la verdadera solidaridad (50).

Iniciativas comunitarias

34. Ante la miseria, un número creciente de personas y de grupos optan por participar, en todas partes, en acciones comunitarias. Esas iniciativas deben ser fuertemente estimuladas. Actualmente, cada vez más países apoyan la participación popular. Algunos organismos locales tratan, sin embargo, de anular esas iniciativas porque molestan, lo que a veces trae muy graves consecuencias ya que constituyen, de todos modos, las bases indispensables para un verdadero desarrollo.

Algunas Organizaciones no gubernamentales (ONG) de desarrollo, creadas por iniciativas locales, han promovido la constitución de una nueva sociedad civil popular en varios países en desarrollo y han organizado medios de concertación y de apoyo muy variados. Gracias a los dinamismos populares que se han forjado así el camino, un gran número de personas entre las más pobres pueden salir por fin de la miseria y mejorar su situación frente al hambre y a la malnutrición.

Durante estos últimos años, algunas Asociaciones Internacionales Católicas y nuevas Comunidades Eclesiales han lanzado iniciativas en el campo socioeconómico. En su lucha contra el hambre y la miseria, esas acciones se inspiran en las corporaciones medievales y sobre todo en las Uniones cooperativas fundadas en el siglo XIX por promotores del bien común, inspiradas en el espíritu del Evangelio y basadas en la solidaridad social. El primero que subrayó la necesidad de organizarse para lograr la promoción social fue el cuáquero P.C. Plockboy (1695). Otros pioneros son más conocidos: Félicité Robert de Lamennais (1782-1854), Adolf Kolping (1856), Robert Owen (1771-1858) y el barón Wilhelm Emmanuel von Ketteler (1811-1877). Recientemente han aparecido asociaciones que se proponen el bien común de la sociedad e intentan detener el egoísmo, el orgullo y la codicia que son con frecuencia las leyes de la vida colectiva. Las experiencias realizadas a lo largo de la historia, y los resultados de esas nuevas iniciativas, dan la esperanza de poder recoger los frutos en el porvenir (51).

El acceso al crédito

35. Uno de los grandes logros de las ONG ha sido el de facilitar a los pobres acceso al crédito (52). Se está transformando en una práctica de vanguardia y puede ayudar a que una economía informal de subsistencia se encamine hacia la constitución de un verdadero tejido económico básico. Todavía está muy lejos de aumentar de manera significativa el nivel del Producto Nacional Bruto (PNB), pero la importancia del fenómeno radica también en lo que éste significa y prepara. Sosteniendo las iniciativas comunitarias y creyendo en los asociados locales, se evita que persista un esquema de asistencia; así se establecen poco a poco las bases de un desarrollo integral (53).

Papel primordial de las mujeres

36. En la lucha contra el hambre y para el desarrollo, el papel de la mujer es primordial, pero por lo general, todavía no es suficientemente reconocido y apreciado. Es conveniente subrayar la función esencial de las mujeres para la supervivencia de enteras poblaciones. En especial en África son ellas las que producen los alimentos esenciales de las familias. Son ellas las más directamente responsables de dar en la casa una alimentación sana y equilibrada. Llegan a ser las víctimas principales de las decisiones tomadas a sus espaldas, como el cese de cultivos de plantas comestibles y de los mercados locales, a pesar de que ellas son las principales administradoras. Esas maneras de actuar no respetan a las mujeres y perjudican el desarrollo. En tales condiciones, el paso a la economía de mercado y la introducción de tecnologías pueden, no obstante las mejores intenciones, agravar las condiciones de trabajo de las mujeres.

La malnutrición las afecta de manera especial; son las primeras que se ven perjudicadas porque el fenómeno se repercute en sus embarazos y compromete el porvenir sanitario y escolar de sus hijos.

Por tanto, el objetivo de este esfuerzo deberá entrar a formar parte de un marco mucho más ambicioso, a saber: promover la condición social de las mujeres en los países pobres, abriéndoles un mejor acceso a los cuidados de salud, a la formación y también al crédito. Así ellas podrán mostrar sus verdaderas capacidades en el aumento de la producción, en la obra de desarrollo y en la evolución económica y política de sus países (54).

Es preciso conservar intactos los papeles del hombre y de la mujer, sin abrir brechas y sin feminizar a los hombres o virilizar a las mujeres (55). En la evolución auspicable de la condición de la mujer no habrá que olvidar tampoco la atención que ella debe prestar a la vida que nace y crece. Algunos países en desarrollo dan ejemplo poniendo barreras a los excesos que se producen actualmente en el occidente en la modificación de la sensibilidad femenina, sin que por ello se apruebe la privación de un derecho al legítimo progreso. No hay que repetir, por consiguiente, en ese campo, los errores ya cometidos al no hacer caso de las estructuras tradicionales, optando por los modelos occidentales particularmente inadecuados a las situaciones locales, y adaptándolos sin ajustarlos.

La integridad y el sentido social

37. Es preciso motivar decididamente a los protagonistas sociales y económicos en favor de políticas de desarrollo cuyo objetivo prioritario sea garantizar a todos los hombres iguales oportunidades de vivir dignamente, haciendo los esfuerzos y sacrificios necesarios. Eso será imposible si las personas responsables no dan muestras indiscutibles de integridad y de sentido del bien común. Los fenómenos de fuga de capitales, despilfarro o apropiación de los recursos en beneficio de una minoría familiar, social, étnica o política, están generalizados y son públicamente conocidos por todos. Esos extravíos se denuncian con frecuencia, pero sin que sus autores se sientan verdaderamente estimulados a abandonar tales actividades, incluso considerables, que perjudican a los pobres (56).

Con frecuencia, es sobre todo la corrupción57 la que pone trabas a las reformas necesarias para la búsqueda del bien común y de la justicia, que van juntos. Las causas de la corrupción son numerosas. Se trata, de todos modos, de un atropello muy grave de la confianza otorgada por la sociedad a una persona elegida para representarla y que, por su parte, aprovecha de ese poder social para lograr ventajas personales. La corrupción es uno de los mecanismos constitutivos de numerosas « estructuras de pecado » y su costo para el mundo es bastante superior al monto total de las sumas malversadas.

 

 

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