[Moral cívica]
(12) Perdidas estas verdades, que son como principios del orden natural, trascendentales para el conocimiento y
la práctica
de la vida, fácilmente aparece el giro que ha de tomar la moral pública y privada. No nos referimos a las virtudes
sobrenaturales, que nadie puede alcanzar ni ejercitar sin especial don gratuito de Dios. Por fuerza no puede encontrarse
vestigio alguno de estas virtudes en los que desprecian como inexistentes la redención del género humano, la gracia divina,
los sacramentos y la bienaventuranza que se ha de alcanzar en el cielo. Hablamos aquí de las obligaciones derivadas de la
moral natural. Un Dios creador y gobernador providente del mundo; una ley eterna que manda conservar el orden natural y
prohibe perturbarlo; un fin último del hombre, muy superior a todas las realidades humanas y colocado más allá de esta
transitoria vida terrena. Estas son las fuentes, éstos son los principios de toda moral y de toda justicia. Si se suprimen, como
suelen hacer el naturalismo y la masonería, la ciencia moral y el derecho quedan destituídos de todo fundamento y defensa.
En efecto, la única moral que reconoce la familia masónica, y en la que, según ella, ha de ser educada la juventud, es la
llamada moral cívica, independiente y libre; es decir, una moral que excluya toda idea religiosa. Pero la debilidad de esta
moral, su falta de firmeza y su movilidad a impulso de cualquier viento de pasiones, están bien demostradas por los frutos
de perdición que parcialmente están ya apareciendo. Pues dondequiera que esta educación ha comenzado a reinar con
mayor libertad, suprimiendo la educación cristiana, ha producido la rápida desintegración de la sana y recta moral,
el crecimiento vigoroso de las opiniones más horrendas y el aumento ilimitado de las estadísticas criminales. Muchos
son los que deploran públicamente esas consecuencias. Incluso no son pocos los que, aun contra su voluntad, las reconocen
obligados por la evidencia de la verdad.
(13) Pero, además, como la naturaleza humana quedó manchada con la caída del primer pecado y, por esta misma causa,
más inclinada al vicio que a la virtud, es totalmente necesario para obrar moralmente bien sujetar los movimientos
desordenados del espíritu y someter los apetitos a la razón. Y para que en este combate la razón vencedora conserve
siempre su dominio se necesita muy a menudo el despego de todas las cosas humanas y la aceptación de molestias y
trabajos muy grandes. Pero los naturalistas y los masones, al no creer las verdades reveladas por Dios, niegan el pecado del
primer padre de la humanidad, y juzgan por esto que el libre albredrío "no está debilitado ni inclinado al pecado". Por el
contrario, exagerando las fuerzas y la excelencia de la naturaleza y poniendo en ésta el único principio regulador de la
justicia, ni siquiera pueden pensar que para calmar los ímpetus de la naturaleza y regir sus apetitos sean necesarios un
prolongado combate y una constancia muy grande. Por esto vemos el ofrecimiento público a todos los hombres de
innumerables estímulos de las pasiones; periódicos y revistas sin moderación ni vergüenza alguna; obras teatrales
extraordinariamente licenciosas; temas y motivos artísticos buscados impúdicamente en los principios del llamado realismo;
artificios sutilmente pensados para satisfacción de una vida muelle y delicada; la búsqueda, en una palabra, de toda clase de
halagos sensuales, ante los cuales cierre sus ojos la virtud adormecida. Al obrar así proceden criminalmente, pero son
consecuentes consigo mismos todos los que suprimen la esperanza de los bienes eternos y la reducen a los bienes caducos,
hundiéndola en la tierra. Los hechos referidos pueden confirmar una realidad fácil de decir, pero difícil de creer. Porque
como no hay nadie tan esclavo de las hábiles maniobras de los hombre astutos como los individuos que tienen el ánimo
enervado y quebrantado por la tiranía de las pasiones, hubo en la masonería quienes dijeron y propusieron públicamente que
hay que procurar con una táctica pensada sobresaturar a la multitud con una licencia infinita en materia de vicios; una vez
conseguido este objetivo, la tendrían sujeta a su arbitrio para acometer cualquier empresa.
[Familia y Educación]
(14) Por lo que toca a la sociedad doméstica, toda la doctrina de los naturalistas se reduce a los capítulos siguientes: el
matrimonio pertenece a la categoría jurídica de los contratos. Puede rescindirse legalmente a voluntad de los contrayentes.
La autoridad civil tiene poder sobre el vínculo matrimonial. En la educación de los hijos no hay que enseñarles cosa alguna
como cierta y determinada en materia de religión; que cada uno al llegar a la adolescencia escoja lo que quiera. Los
masones están de acuerdo con estos principios. No solamente están de acuerdo, sino que se empeñan, hace ya tiempo ,
por introducir estos principios en la moral de la vida diaria. En muchas naciones, incluso entre las llamadas católicas,
está sancionado legalmente que fuera del matrimonio civil no hay unión legítima alguna. En algunos Estados la ley permite
el divorcio. En otros Estados se trabaja para lograr cuanto antes la licitud del divorcio. De esta manera se tiende con paso
rápido a cambiar la naturaleza del matrimonio, convirtiéndolo en una unión inestable y pasajera, que la pasión haga o
deshaga a su antojo. La masonería tiene puesta también la mirada con total unión de voluntades en el monopolio de la
educación de los jóvenes. Piensan que pueden modelar fácilmente a su capricho esta edad tierna y flexible y dirigirla hacia
donde ellos quieren y que éste es el medio más eficaz para formar en la sociedad una generación de ciudadanos como ellos
imaginan. Por esto, en materia de educación y enseñanza no permiten la menor intervención y vigilancia de los ministros de
la Iglesia, y en varios lugares han conseguido que toda la educación de los jóvenes esté en manos de los laicos y que al
formar los corazones infantiles nada se diga de los grandes y sagrados deberes que unen al hombre con Dios.
[Doctrina Política]
(15) Vienen a continuación los principios de la ciencia política. En esta materia los naturalistas afirman que todos los
hombres son jurídicamente iguales y de la misma condición en todos los aspectos de la vida. Que todos son libres por
naturaleza. Que nadie tiene derecho de mandar a otro y que pretender que los hombres obedezcan a una autoridad que no
proceda de ellos mismos es hacerles violencia. Todo está, pues, en manos del pueblo libre; el poder político existe por
mandato o delegación del pueblo, pero de tal forma que, si cambia la voluntad popular, es lícito destronar a los Príncipes
aun por la fuerza. La fuente de todos los derechos y obligaciones civiles está o en la multitud o en el gobierno del Estado,
configurado, por supuesto, según los principios del derecho nuevo. Es necesario, además, que el Estado sea ateo. No hay
razón para anteponer una religión a otra entre las varias que existen. Todas deben ser consideradas por igual.
(16) Que los masones aprueban igualmente estos principios y que pretenden constituir los Estados según este modelo son
hechos tan conocidos que no necesitan demostración. Hace ya mucho tiempo que con todas sus fuerzas y medios pretenden
abiertamente esta nueva constitución del Estado. Con lo cual están abriendo el camino a otros grupos más audaces que se
lanzan sin control a pretensiones peores, pues procuran la igualdad y propiedad común de todos los bienes, borrando así del
Estado toda diferencia de clases y fortuna.
IV. EL MAL RADICAL DE LA MASONERIA
[Dogmática depravada]
(17) La naturaleza y los métodos de la masonería quedan suficientemente aclarados con la sumaria exposición que
acabamos de hacer. Sus dogmas fundamentales discrepan tanto y tan claramente de la razón, que no hay mayor depravación
ideológica. Querer destruir la religión y la Iglesia, fundada y conservada perpetuamente por el mismo Dios, y resucitar,
después de dieciocho siglos, la moral y la doctrina del paganismo, es necedad insigne e impiedad temeraria. Ni es menos
horrible o intolerable el rechazo de los beneficios que con tanta bondad alcanzó Jesucristo, no sólo para cada hombre en
particular, sino también para cuantos viven unidos en la familia o en la sociedad civil; beneficios, por otra parte,
señaladísimos según el juicio y testimonio de los mismos enemigos. En este insensato y abominable propósito parece
revivir el implacable odio y sed de venganza en que Satanás arde contra Jesucristo. De manera semejante, el segundo
propósito de los masones, destruir los principios fundamentales del derecho y de la moral y prestar ayuda a los que,
imitando a los animales, querrían que fuese lícito todo lo agradable, equivale a empujar al género humano
ignominiosa y vergonzosamente a la muerte. Aumentan este mal los peligros que amenazan a la sociedad doméstica y a
la sociedad civil. Porque, como hemos expuesto en otras ocasiones, el consentimiento casi universal de los pueblos y de los
siglos demuestra que el matrimonio tiene un algo sagrado y religioso; pero además la ley divina prohibe su disolución. Si el
matrimonio se convierte en una mera unión civil, si se permite el divorcio, la consecuencia inevitable que se sigue en la
familia es la discordia y la confusión, perdiendo su dignidad la mujer y quedando incierta la conservación y suerte posterior
de la prole. La despreocupación pública total de la religión y el desprecio de Dios, como si no existiese, en la constitución y
administración del Estado, constituyen un atrevimiento inaudito aun para los mismos paganos, en cuyo corazón y en cuyo
entendimiento estuvo tan grabada no sólo la creencia en los dioses, sino la necesidad de un culto público, que consideraban
más fácil encontrar una ciudad en el aire que un Estado sin Dios. En realidad, la sociedad humana, a que nos sentimos
naturalmente inclinados, fue constituida por Dios, autor de la naturaleza; y de Dios procede, como de principio y fuente,
toda la perenne abundancia de los bienes innumerables que la sociedad disfruta. Por tanto, así como la misma naturaleza
enseña a cada hombre en particular a rendir piadosa y santamente culto a Dios, por recibir de El la vida y los bienes que la
acompañan, de la misma manera y por idéntica causa incumbe este deber a los pueblos y a los Estados. Y los que quieren
liberar al Estado de todo deber religioso, proceden no sólo contra todo derecho, sino además con una absurda ignorancia. Y
como los hombres nacen ordenados a la sociedad civil por voluntad de Dios, y el poder de la autoridad es un vínculo tan
necesario a la sociedad que sin aquél ésta se disuelve necesariamente, síguese que el mismo que creó la sociedad creó
también la autoridad. De aquí se ve que, sea quien sea el que tiene el poder, es ministro de Dios. Por lo cual, en todo
cuanto exijan el fin y naturaleza de la sociedad humana, es razonable obedecer al poder legítimo cuando manda lo justo
como si se obedeciera a la autoridad de Dios, que todo lo gobierna. Y nada hay más contrario a la verdad que suponer en
manos del pueblo el derecho de negar la obediencia cuando le agrade. De la misma manera nadie pone en duda la igualdad
de todos hombres si se consideran su común origen y la naturaleza, el fin último a que todos están ordenados y los derechos
y obligaciones que de aquéllos espontáneamente derivan. Pero como no pueden ser iguales las cualidades personales de los
hombres y son muy diferentes unos de otros en los dotes naturales de cuerpo y de alma y son muchas las diferencias de
costumbre, voluntades y temperamentos, nada hay más contrario a la razón que pretender abarcarlo y confundirlo todo en
una misma medida y llevar a las instituciones civiles a una igualdad jurídica tan absoluta. Así como la perfecta disposición
del cuerpo humano resulta de la unión armoniosa de miembros diversos, diferentes en forma y funciones, pero que
vinculados y puestos en sus propios lugares constituyen un organismo hermoso, vigoroso y apto para la acción, así también
en la sociedad política las desemejanzas de los individuos que la forman son casi infinitas. Si todos fuesen iguales y cada
uno se rigiera a su arbitrio, el aspecto de este Estado sería horroroso. Pero si, dentro de los distintos grados de dignidad,
aptitudes y trabajo, todos colaboran eficazmente al bien común, reflejarán la imagen de un Estado bien constituido y
conforme a la naturaleza.(18) Los perturbadores errores que hemos enumerado bastan por sí solos para provocar en los Estados temores muy serios.
Porque, suprimido el temor de Dios y el respeto a las leyes divinas, despreciada la autoridad de los gobernantes,
permitida y legitimada la fiebre de las revoluciones, desatadas hasta la licencia las pasiones populares, sin otro freno
que la pena, forzosamente han de seguirse cambio y trastornos universales. Estos cambios y estos trastornos son los
que buscan de propósito, sin recato alguno, muchas asociaciones comunistas y socialistas. La masonería, que
favorece en gran escala los intentos de estas asociaciones y coincide con ellas en los principios fundamentales de su
doctrina, no puede proclamarse ajena a los propósitos de aquéllas. Y, si de hecho no llegan de modo inmediato y en
todas partes a los mayores extremos, no ha de atribuirse esta falta a sus doctrinas ni a su voluntad, sino a la eficaz virtud de
la inextinguible religión divina y al sector sano de la humanidad que, rechazando la servidumbre de las sociedades
clandestinas, resiste con energía los locos intentos de éstas.
[Ambiciones masónicas]
(19) ¡Ojalá juzgasen todos del árbol por sus frutos y conocieran la semilla radical de los males que nos oprimen y de los
peligros que nos amenazan! Tenemos que enfrentarnos con un enemigo astuto y doloso que, halagando los oídos de los
pueblos y de los gobernantes, se ha cautivado a los unos y a los otros con el cebo de la adulación y de las suaves
palabras. Insinuándose entre los gobernantes con el pretexto de la amistad, pretendieron los masones convertirlos en socios
y auxiliares poderosos para oprimir al catolicismo. Y para estimularlos con mayor eficacia, acusaron por envidia, a los
príncipes el poder y las prerrogativas reales. Afianzados y envalentonados entre tanto con estas maniobras, comenzaron a
ejercer un influjo extraordinario en el gobierno de los Estados, preparándose, por otra parte, para sacudir los fundamentos de
las monarquías y perseguir, calumniar y destronar a los reyes siempre que éstos procediesen en el gobierno de modo
contrario a los deseos de la masonería. De modo semejante engañaron a los pueblos por medio de la adulación. Voceando
a boca llena libertad y prosperidad pública y afirmando que por culpa de la Iglesia y de los monarcas no había salido ya la
multitud de su inicua servidumbre y de su miseria, sedujeron al pueblo y, despertando en éste la fiebre de las revoluciones,
le incitaron a combatir contra ambas potestades. Sin embargo, la espera de estas ventajas tan deseadas es hoy día todavía
mayor que su realidad; porque la plebe, más oprimida que antes, se ve forzada en su mayor parte a carecer incluso de los
mismos consuelos de su miseria que hubiera podido hallar con facilidad y abundancia en una sociedad cristianamente
constituida. Y es que todos los que se rebelan contra el orden establecido por la Providencia divina suelen encontrar el
castigo de su soberbia tropezando con una suerte desoladora y miserable allí mismo donde, temerarios, la esperaban,
conforme a sus deseos, próspera y abundante.
(20) La Iglesia, en cambio, que manda obedecer primero y por encima de todo a Dios, soberano Señor de la creación, no
puede sin injuria y falsedad ser acusada ni como enemiga del poder político ni como usurpadora de los derechos de los
gobernantes. Por el contrario, la Iglesia manda dar al poder político, como criterio y obligación de conciencia, cuanto de
derecho se le debe. Por otra parte, el que la Iglesia ponga en Dios mismo el origen del poder político aumenta grandemente
la dignidad de la autoridad civil y proporciona un apoyo no leve para obtenerle el respeto y la benevolencia de los
ciudadanos. La Iglesia, amiga de la paz y madre de la concordia, abraza a todos con materno cariño. Ocupada únicamente
en ayudar a los hombres, enseña que hay que unir la justicia con la clemencia, el poder con la equidad, las leyes con la
moderación; que no debe ser violado el derecho de nadie; que hay que trabajar positivamente por el orden y la tranquilidad
pública; que hay que aliviar, en la medida más amplia posible, pública y privadamente la miseria de los necesitados. "Pero
la causa de que piensen -para servirnos de las palabras de Agustín- o de que pretendan hacer creer que la doctrina cristiana
no es provechosa para el Estado, es que no quieren un Estado apoyado sobre la solidez de las virtudes, sino sobre la
impunidad de los vicios". Según todo lo dicho, sería una insigne prueba de prudencia política y una medida necesaria
para la seguridad pública que los gobernantes y los pueblos se unieran no con la masonería para destruir a la Iglesia,
sino con la Iglesia para destrozar los ataques de la masonería.
V. REMEDIOS
(21) Pero sea lo que sea, ante un mal tan grave y tan extendido ya, es nuestra obligación, venerables hermanos,
consagrarnos con toda el alma a buscar los remedios. Y como la mejor y más firme esperanza de remedio está situada en la
eficacia de la religión divina, tanto más odiada de los masones cuanto más temida por ellos, juzgamos que el remedio
fundamental consiste en el empleo de esta virtud tan eficiente contra el común enemigo. Por consiguiente, todo lo que los
Romanos Pontífices, nuestros antecesores, decretaron para impedir las iniciativas y los intentos de la masonería, todo lo que
sancionaron para alejar a los hombres de estas sociedades o liberarlos de ellas, todas y cada una de estas disposiciones
damos por ratificadas y las confirmamos con nuestra autoridad apostólica. Y, confiados en la buena voluntad de los
cristianos, rogamos y suplicamos a cada uno de ellos en particular por su eterna salvación que tengan como un deber
sagrado de conciencia el no apartarse un punto de lo que en esta materia ordena la Sede Apostólica.
[Desenmascarar la masonería]
(22) A vosotros, venerables hermanos, os pedimos y rogamos con la mayor insistencia que, uniendo vuestros esfuerzos a
los nuestros, procuréis con ahinco extirpar este inmundo contagio que va penetrando en todas las venas de la sociedad.Debéis defender la gloria de Dios y la salvación de los prójimos. Si miráis a estos fines en el combate, no ha de faltaros el
valor ni la fortaleza. Vuestra prudencia os dictará el modo y los medios mejores de vencer los obstáculos y las dificultades
que se levantarán. Pero como es propio de la autoridad de nuestro ministerio que Nos indiquemos algunos medios más
adecuados para la labor referida, quede bien claro que lo primero que debéis procurar es arrancar a los masones su máscara,
para que sea conocido de todos su verdadero rostro; y que los pueblos aprendan por medio de vuestro sermones y pastorales,
escritas con este fin, las arteras maniobras de esas sociedades en el halago y en la seducción, la maldad de sus teorías y la
inmoralidad de su acción. Que nadie que estime en lo que debe su profesión de católico y su salvación personal, juzgue
serle lícito por ninguna causa inscribirse en la masonería, prohibición confirmada repetidas veces por nuestros antecesores.
Que nadie sea engañado por una moralidad fingida. Pueden, en efecto, pensar algunos que nada piden los masones
abiertamente contrario a la religión y a la sana moral. Sin embargo, como toda la razón de ser de la masonería se basa
en el vicio y en la maldad, la consecuencia necesaria es la ilicitud de toda unión con los masones y de toda ayuda prestada a
éstos de cualquier modo.
[Esmerada instrucción religiosa]
(23) Es necesario, en segundo lugar, inducir por medio de una frecuente predicación a las muchedumbres para que se
instruyan con todo esmero en materia religiosa. A este fin recomendamos mucho que en los escritos y en los sermones se
expliquen oportunamente los principios fundamentales de la filosofía cristiana. El objetivo de estas exposiciones es sanar
los entendimientos por medio de la instrucción y fortalecerlos contra las múltiples formas del error y las variadas
sugestiones del vicio, contenidas especialmente en el libertinaje actual de la literatura y en el ansia insaciable de aprender.
Gran obra, sin duda. Pero en ellas será vuestro primer auxiliar y colaborador el clero si lográis con vuestros esfuerzos que
salga bien formado en costumbres y bien equipado de ciencia. Pero una empresa tan santa e importante exige también la
cooperación auxiliar de los seglares, que unan el amor de la religión y de la patria con la virtud y el saber. Unidas las
fuerzas del clero y del laicado, trabajad, venerables hermanos, para que todos los hombres conozcan y amen como se debe a
la Iglesia. Cuanto mayores sean este conocimiento y este amor, tanto mayores serán la huída y el rechazo de las sociedades
secretas. Aprovechando justificadamente esta oportunidad, renovamos ahora nuestro encargo, ya repetido otras veces, de
propagar y fomentar con toda diligencia la Orden Tercera de San Francisco, cuyas reglas con prudente moderación hemos
aprobado hace poco. El único fin que le dio su autor, es atraer a los hombre a la imitación de Jesucristo, al amor de su
Iglesia, al ejercicio de todas las virtudes cristianas. Grande, por consiguiente, es su eficacia para impedir el contagio de
estas malvadas sociedades. Auméntese, pues, cada vez más esta santa asociación, de la cual podemos esperar muchos
frutos, y especialmente el insigne fruto de que vuelvan los corazones a la libertad, fraternidad e igualdad jurídicas, no como
absurdamente las conciben los masones, sino como las alcanzó Jesucristo para el género humano y las siguió San Francisco.
Una libertad propia de los hijos de Dios, por la cual nos veamos libres de la servidumbre de Satanás y de la perversa tiranía
de las pasiones; una fraternidad cuyo origen resida en Dios, Creador y Padre común de todos; una igualdad que, basada en
los fundamentos de la justicia y de la caridad, no borre todas las diferencias entre los hombres, sino que con la variedad de
condiciones, deberes e inclinaciones forme aquel admirable y armonioso conjunto que es propio naturalmente de toda vida
civil digna y útilmente constituida.
[Asociaciones obreras y patronales]
(24) Existe, en tercer lugar, una institución, sabiamente establecida por nuestros mayores e interrumpida durante algún
tiempo, que puede valer ahora como forma ejemplar para algo semejante. Nos referimos a los gremios de trabajadores,
creados para defensa conjunta, al amparo de la religión, de sus propios intereses y de las buenas costumbres. Si nuestros
mayores con el uso y experiencia de un largo espacio de tiempo comprobaron la utilidad de estas asociaciones, tal vez la
experimentaremos mejor nosotros por su especial eficacia para burlar el poder de las sectas. Los que soportan la escasez
con el trabajo de sus manos son en primer término los más dignos de caridad y de consuelo, pero además son los que están
más expuestos a las seducciones de los malvados, que todo lo invaden con sus fraudes y engaños. Por lo cual hay que
ayudarles con la mayor benignidad posible y hay que reunirlos en asociaciones honestas, para que no los arrastren las
asociaciones infames. Por esta razón Nos deseamos grandemente ver restablecidas estas corporaciones en todas partes, para
salvación del pueblo, de acuerdo con las necesidades de los tiempos, bajo los auspicios y patrocinio del episcopado. Y no
es pequeño nuestro gozo al ver como vemos su actual restablecimiento en muchos lugares, así como también la fundación
de asociaciones patronales. El fin común de estas dos clases de instituciones es ayudar a la virtuosa clase proletaria,
socorrer y defender a sus hijos y a sus familias, fomentando en ellas, con la integridad de las buenas costumbres, el cultivo
de la piedad y de la instrucción religiosa. Y en este punto no queremos pasar en silencio las Conferencias de San Vicente de
Paúl, tan benemérita de las clases pobres y tan insigne por su ejemplo y acción. Sus obras y sus fines son conocidos por
todos. Se dedica por entero al auxilio creciente de los menesterosos y de los que sufren, actuando con admirable sagacidad
y modestia. Al querer pasar desapercibida, su eficacia es tanto mayor para ejercer la caridad cristiana y tanto más idónea
para remedio de las miserias.[Educación de la juventud]
(25) En cuarto lugar, para obtener más fácilmente lo que queremos, encomendamos con el mayor encarecimiento a vuestra
fe y a vuestros desvelos la juventud, que es la esperanza de la sociedad humana. Consagrad a su educación la parte más
principal de vuestra atención, y, por mucho que hagáis, nunca penséis haber hecho lo bastante para preservar a la
adolescencia de las escuelas y maestros que puedan inculcarle el aliento malsano de las sectas. Exhortad a los padres, a los
directores espirituales, a los párrocos para que insistan, al enseñar la doctrina cristiana, en avisar oportunamente a sus hijos
y alumnos de la perversidad de estas sociedades, y que aprendan pronto a precaverse de las fraudulentas y variadas
artimañas que suelen emplear sus propagadores para enredar a los hombres. No harían mal los que preparan a los niños
para recibir la primera comunión si les aconsejan que hagan el firme propósito de no ligarse nunca con sociedad alguna sin
decirlo antes a sus padres o sin consultarlo previamente con su confesor o con su párroco.
(26) Pero sabemos muy bien que todos nuestro comunes esfuerzos serán insuficientes para arrancar estas perniciosas
semillas del campo del Señor si desde el cielo el dueño de la viña no secunda benignamente nuestros esfuerzos. Es
necesario, por tanto, implorar con vehemente deseo un auxilio tan poderoso de Dios que sea adecuado a la extrema
necesidad de las circunstancias y a la grandeza del peligro. Levántase insolente y como regocijándose ya de sus
triunfos, la masonería. Parece como si no pusiera ya límites a su obstinación. Sus secuaces, unidos todos con un impío
consorcio y por una oculta comunidad de propósitos, se ayudan mutuamente y se excitan los unos a los otros para la
realización audaz de toda clase de obras pésimas. Tan fiero asalto exige una defensa igual: es necesaria la unión de
todos los buenos en una amplísima coalición de acción y de oraciones. Les pedimos, pues, por un lado, que, estrechando
las filas, firmes y de acuerdo resistan los ímpetus cada día más violentos de los sectarios; y, por otro lado, que levanten a
Dios las manos y le supliquen con grandes gemidos para alcanzar que florezca con nuevo vigor el cristianismo, que goce la
Iglesia de la necesaria libertad, que vuelvan al buen camino los descarriados, que cesen por fin los errores a la verdad y los
vicios a la virtud. Tomemos como auxiliadora y mediadora a la Virgen María, Madre de Dios. Ella, que vencido a Satanás
desde el momento de su concepción, despliegue su poder contra todas las sectas impías, en que se ven revivir claramente
la soberbia contumaz, la indómita perfidia y los astutos engaños del demonio. Pongamos por intercesores al Príncipe
de los Angeles, San Miguel, vencedor de los enemigos infernales; a San José, esposo de la Virgen Santísima, celestial
patrono de la Iglesia católica; a los grandes apóstoles San Pedro y San Pablo, sembradores e invictos defensores de la fe
cristiana. Bajo su patrocinio y con la oración perseverante de todos, confiamos que Dios socorrerá oportuna y
benignamente al género humano, expuesto a tantos peligros.
Y como testimonio de los dones celestiales y de nuestra benevolencia, con el mayor amor os damos in Domino la
bendición apostólica a vosotros, venerables hermanos, al clero y al pueblo todo confiado a vuestro cuidado. Dado en
Roma, junto a San Pedro, el 20 de abril de 1884, año séptimo de nuestro pontificado.